Psicopedagogía en adolescentes

Publicado por: UNIS

Tengo el gusto de presentarles a H. Tiene 23 años, grandes ojos verdes y una mandíbula prominente que le da un carisma único. Le gusta montar en bicicleta, escuchar música bailable, ir a la iglesia y, sobre todo, pintar siempre que puede. Uno de sus mayores deseos es aprender a leer. Cuando su madre le contó que empezaría terapia en la Clínica de la Universidad del Istmo, su entusiasmo no pudo haber sido más grande: “Quiero un estuche que tenga de todo y un cuaderno nuevo para anotar lo que aprenderé”.

Así empezó un nuevo capítulo en la vida de H. Un capítulo que le ayudaría a conocerse mejor y a estar consciente de sus fortalezas y debilidades. Recuerdo su cara de satisfacción cada vez que aprendía un nuevo concepto temporal, reconocía una palabra o mejoraba en su manejo del dinero. Cómo olvidar cuando contó con gran alegría que, después de 5 años, se había decidido a tramitar su DPI. Todos estos conocimientos y experiencias eran pasos que lo preparaban para ser un adulto pleno y adaptado a su comunidad.

Ahora bien, ¿qué es lo que mueve a un adolescente o adulto joven a buscar terapia psicopedagógica?

Antes de responder esta pregunta, debemos romper un mito y quisiera hacerlo desglosando la palabra “psicopedagogía”. Psico proviene de la voz griega psykhé, que significa alma. Por otro lado, pedagogía deriva del griego paidos que significa niño y “agein que significa guiar. A lo mejor por la influencia de este significado etimológico, existe la creencia generalizada de que un psicopedagogo es exclusivamente “alguien que trabaja con niños”. En lo personal lo he comprobado cada vez que mis conocidos me dicen: “Pero tú sólo atendés niños, ¿verdad?”. Cuando esto sucede, tomo aire, les doy una amplia sonrisa y empiezo a explicar que no necesariamente es así.

No negaré que es un hecho que la población infantil es la que más frecuenta a los psicopedagogos. Los problemas en el desarrollo empiezan a manifestarse desde los primeros años de vida, y los trastornos de aprendizaje, cuando las exigencias académicas sobrepasan las capacidades del individuo, usualmente a inicios de la primaria. Sin embargo, esto no significa que no exista un importante porcentaje de pacientes correspondiente a una de las etapas más incomprendidas, pero también de las más determinantes: la adolescencia.

Actualmente, la Clínica Psicológica y Psicopedagógica de la Universidad del Istmo atiende a 21 pacientes adolescentes, en el rango de 12 a 17 años. Incluso se cuenta con un joven adulto de 20 años. Estas cifras corresponden al 22% de la población total de atención psicopedagógica, lo cual indica que la adolescencia es una minoría que no pasa desapercibida. Discapacidad intelectual, déficit de atención, funciones ejecutivas, lagunas pedagógicas… son algunos de los motivos de consulta que refieren los padres de estos jóvenes que asisten a terapia.

Hicimos la pregunta “¿Qué es lo que mueve a un adolescente a ir con un psicopedagogo?” a algunos de nuestros pacientes y obtuvimos las siguientes respuestas. Desde “mejorar mis notas en el colegio” y “desarrollar hábitos de estudio en casa”, pasando por “saber qué me gusta y para qué soy bueno”; hasta finalmente, “tener un trabajo para ganarme la vida”.  A pesar de que todas las respuestas fueron distintas, todas se reducían al mismo fin: autorrealizarse como jóvenes funcionales en sociedad.

Siendo la psicopedagogía la disciplina que se encarga de todos los procesos de aprendizaje, puede ser de gran beneficio para los adolescentes ya que es en estos años en los que se desarrolla un fuerte sentido de la persona, y por tanto los conocimientos que se adquieren son más significativos. Asimismo, la psicopedagogía permite a los adolescentes optimizar sus habilidades cognitivas en este período de desarrollo en el que  consolidan su identidad en cuestiones tan importantes como la orientación vocacional.

Sin embargo, más allá del porvenir profesional y académico que el adolescente pudiera alcanzar, el principal objetivo de un psicopedagogo con estos pacientes debe ser ayudarles a ser independientes, darles la motivación que necesitan y extraer lo mejor de ellos. Sólo así tendrán las herramientas para vivir con dignidad.

Por ahora, puedo decirles que H. tal vez no aprenderá a leer en un futuro cercano. No obstante, estoy totalmente segura de que será uno de los mejores pintores que ustedes hayan visto y, lo que es más importante, un hombre feliz y completo.

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