Diálogo filosófico: el sentido de la vida

Publicado por: jeronimo

Era un día normal en la hermosa región medieval de Castilla. Nada parecía fuera de lo común: las mujeres preparaban la comida, sus esposos holgazaneaban tras haber trabajado todo el día y los niños jugaban con sus espadas a su juego favorito “españoles contra moros”. 

Sin embargo, ese día un viajero desconocido llegó al pueblo. Se encontraba desconcertado y sus ojos reflejaban una mezcla de miedo y asombro indescriptible. Se trataba de Don Quijote de la Mancha, quien había viajado en el tiempo hasta llegar al siglo XI. El problema era que él no sabía que todo se trataba de un producto de su imaginación, creado tras ser golpeado fuertemente en la cabeza por el aspa de un molino de viento: él pensaba que eran gigantes los cuales debía vencer. Al acercarse a ellos y recibir el golpe, cayó al suelo y su subconsciente lo transportó a otro siglo, a una época que él admiraba, la época medieval. 

Así fue como Don Quijote se encontraba vagando por las calles sin saber a dónde ir, aunque no sin cierta maravilla, ya que sus oportunidades de convertirse en un caballero medieval se veían cada vez más claras y asequibles. De repente, se encontró con un muchacho sentado bajo un árbol a la orilla del río, el cual tenía el rostro cubierto de angustia e infinitos pensamientos que danzaban sobre su cabeza. 

El viajero decidió acercarse y tomar asiento su par, pues la intriga y curiosidad que el joven despertaba le inyectaron las ansias de conocerlo.

-Muy buenas tardes, mi nombre es Don Quijote de la Mancha- empezó a presentarse el hidalgo.

-Mucho gusto, me llamo Rodrigo Díaz de Vivar.

En ese instante Don Quijote comprendió en donde se encontraba y que estaba entablando una conversación con su héroe el Cid de Vivar, con el hombre quien fue su inspiración para convertirse en un caballero. Tras intentar calmar su entusiasmo, comprendió que nada podía comentarle acerca de sus hazañas, ya que en ese momento era un joven de unos quince años –aunque muy pronto comenzaría su carrera como caballero y ganaría fama y riquezas inigualables-. Por esta razón, decidió omitir esto y resolvió no explicarle su procedencia, pues solo lograría asustarlo y creería que se encontraba desquiciado.

-Si no es intromisión, ¿qué es lo que le aflige tanto? – continuó Don Quijote.

El muchacho siguió pensativo sin articular ningún sonido. Luego de unos minutos, decidió contarle todo al extraño debido a que necesitaba desahogarse y, si era posible, un buen consejo.

-Lo que pasa es que últimamente me siento vacío. No le encuentro sentido a ninguna acción que realizo…A veces pienso que no tengo ningún propósito en esta vida.

-Es decir, usted no sabe cuál es el sentido de su existencia.

-Exacto. Muchas veces me gustaría ir a las batallas con el fin de morir y terminar con mi vida.

Decir que Don Quijote se alarmó no es suficiente. El temor de que su héroe no se convirtiera en uno, lo animó a decidir aclarar sus pensamientos de cualquier forma hasta que este comprendiera el sentido de su vida. De esta manera, continuó tratando de resolver sus conflictos existenciales:

-Creo que en vano es preguntarle si ha pensado cuál es el sentido de su existencia. Por eso le pregunto, ¿cuál cree usted que es?

– La verdad, todavía no lo sé.

-Entonces, mejor respóndame ¿Qué es lo que usted quiere? 

-Pues yo…solo quiero ser feliz.

Lleno de alegría al darse cuenta de que su héroe había dado en la clave, Don Quijote se animó a continuar con su nuevo trabajo de consejero medieval para futuros héroes con crisis existenciales.

-¡Muy bien! Precisamente, por eso existe usted: para ser feliz.

-Si ese fuera el caso, ¿cómo puedo serlo entonces?

-Solo tiene que quererlo. Todos los seres humanos hemos nacido con libertad, la cual siempre está destinada a algo. Por eso no importa las circunstancias en las que se encuentre para poder ser feliz, ya que su propia disposición lo conseguirá.

-Si es así, la voluntad está involucrada en conseguir este fin.

-Por supuesto, la voluntad siempre tiende al bien, aunque a veces cometemos errores porque en el momento de tomar decisiones o realizar acciones se nos presentan bienes aparentes, los cuales se disfrazan para simular ser correctos.

-Entonces…tendré que esforzarme mucho para ser feliz.

-Sí y no. No debe tener la mentalidad de querer ser feliz todo el tiempo, ya que de esa manera solo llegará a obsesionarse con ser feliz a toda costa, lo cual podría llevarlo a realizar acciones que vayan en contra de su ética.

-Pero como usted me lo está planteando, he llegado a la conclusión de que la felicidad es algo que se conquista y yo siempre he considerado que perder no es una opción.

-Si, tiene razón de que hay que conquistarla, pero no a través de acciones inmorales debido a que estas solo le causarán tristeza y desolación. Al realizar esta acción, se quedaría sin personas que lo quieran, algo que es indispensable para cualquier ser humano. Al fin y al cabo, somos seres sociales.

-Eso tiene sentido…creo que, si todas las personas hicieran lo que quisieran, el mundo se volvería un desastre y las guerras continuarían eternamente, nadie se amaría y no se valoraría a nada ni a nadie.

-Por esa razón es indispensable saber lo que uno hace y la razón por la que lo hacemos. Además, siempre debe de tener en claro que su fin último es individual y no colectivo. 

-Eso es debido a que cada uno desea cosas diferentes, aunque todos busquen la felicidad, al fin y al cabo.

-Claro. Y porque todos tenemos actitudes distintas que nos llevarán a conseguir nuestro fin último o a perderlo. 

Rodrigo se quedó pensativo mirando al río mover sus aguas con elegancia. Transcurrió cierto tiempo hasta que él mismo decidió romper el silencio.

-Hay algo que siempre me hace feliz Don Quijote.

– ¿Qué es?

-Bueno, no es una cosa…es más bien alguien. Se llama Jimena y desde hace algún tiempo me he enamorado de ella.

-Claro, el amor provoca felicidad cuando se ama de verdad. Por esta razón, es necesario conocer y reconocer la dignidad del ser amado y compartir con él nuestra intimidad. De esta manera, se le podrá conocer mejor y así se puede amar.

-Pienso que eso es porque uno no puede amar a lo que no conoce.

-Y creo que usted puede decir que ya conoce bastante a la señorita Jimena ¿o me equivoco?

-No se equivoca. Ya la conozco bastante bien y lo que me ha enamorado son sus virtudes, además de su belleza. 

– Y logrará comprender que ella es la mujer de su vida cuando usted, por voluntad propia lo decida. Esto es porque ya no estará precisamente enamorado, sino que usted querrá amarla. Por eso si ella llegara a tener un accidente y perdiera su belleza, usted igual la amaría porque quiere hacerlo. Esto mismo me sucedió a mí con mi amada Dulcinea, así que puede creerme.

Tras otro silencio, Don Quijote decidió quebrarlo para darle ánimos a su joven héroe:

-No tenga miedo, estoy seguro de que usted llegará a ser feliz. 

-Lo que me aflige, es quedarme estancado al querer conseguir el sentido de mi existencia y lastimar a los demás en el transcurso de mi lucha.

-Bueno, la capacidad de crecimiento del hombre es ilimitada, uno siempre puede dar más.

-Digamos que lo logre… ¿qué pasa con los demás? No quiero lastimar a nadie en mi afán de querer ser feliz. 

-Déjeme decirle que su preocupación y sus ansias de querer ser bueno, ya lo convierten en un ser sin maldad y no hay forma de que no consiga ser bueno. Además, usted ya entiende que la clave de la felicidad es la benevolencia universal, querer el bien para todos.

-Pero querer satisfacer siempre a los demás es algo imposible y aunque suene egoísta, esto significaría que tendría que sacrificarme varias veces para que los demás estén bien. 

-Bueno, no puede negar que la generosidad es algo que satisface a cualquier persona.

Tras una breve pausa, Rodrigo esbozó una sonrisa. Comprender, hacía que pudiera ver todo con mayor claridad y se disipara la ceguera en la que se encontraba.

-Ahora me doy cuenta de que necesito ser un hombre poseedor de valores, así podré emplearlos y hacer felices a otros como a mí mismo.

-Si todas las personas pensaran como usted, el mundo sería mucho más agradable- dijo Don Quijote con una sonrisa.

-Bueno, está claro que hay que amar al prójimo.

-Y el amor consiste más dar que en recibir. 

-…Algo que no me queda claro -continuó Rodrigo- es que la felicidad es momentánea, hay algunas veces que la tenemos y otras que no…si ese es el sentido de nuestra existencia, ¿cuándo llegaremos a obtenerla por completo?

-Esa es la pregunta que todos los seres humanos deberían tener en claro. ¿Usted qué cree que ocurre cuando morimos?

-Bueno, yo soy cristiano católico, y creo que nuestra alma vivirá luego de morir, la cual podrá ir al Cielo, al Infierno o al Purgatorio.

-Entonces, me entenderá al decirle que alcanzaremos la felicidad eterna al morir e ir al Cielo. 

En ese momento la expresión de Rodrigo cambió por completo. Su rostro se iluminó y la alegría desbordó en él.

-Muchísimas gracias, señor y buen amigo Don Quijote de la Mancha- agradeció de todo corazón el joven.

-Fue un placer ayudarle queridísimo Rodrigo.

-Ahora tengo en claro que debo hacer con mi vida. Mañana partiré a luchar contra los moros para liberar a mi querida España de su invasión y lograr la paz en nuestras tierras. Prometo ser un hombre correcto, con valores y que lleve siempre la ética por delante.

 

Se despidieron y cada uno partió por un camino distinto. Como fue prometido, Rodrigo se convirtió en un caballero el cual luchaba por la salvación de su país. Obtuvo fama desde los quince años y, además de ser conocido por su fuerza extraordinaria, se elogiaba todo el tiempo su buen corazón. Por ejemplo, el pago que le proporcionaba el rey lo repartía en igualdad con su ejército sin recibir él más que cualquier otro a pesar de tener un puesto superior. Fue noble, valiente, generoso, amoroso, comprensivo…sus virtudes eran innumerables.

Como es natural, Don Quijote despertó gracias a los inagotables intentos que realizó Sancho Panza para que el “caballero” recobrara la conciencia. Ese mismo día, el viajero del tiempo regresó a su casa y fue directamente hasta su biblioteca. Se encerró ahí por el resto del día leyendo todo libro referente al gran Cid de Vivar, comprendiendo así que su trabajo no fue en vano. De esta manera, decidió convertirse en psicólogo, ya que estaba consciente del gran don que tenía para ayudar a los demás. Así, se olvidó por completo de la locura de querer ser un caballero medieval, pues encontró la vocación que verdaderamente lo hace feliz

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