“Dime quién te paga y te diré que escribes”, o cómo los periodistas han sacrificado la verdad
En pleno siglo XXI (como dirían quienes afirman que entre más reciente y moderno es algo, más bueno es) y con acceso casi ilimitado a información a través de múltiples plataformas digitales, es uno de los momentos en los que la verdad se encuentra más indefensa. Nos enfrentamos a diario con organizaciones, movimientos e ideologías que se han olvidado de lo obvio, de lo lógico y lo razonable.
En pleno siglo XXI, dirían los “iluminados”, parece impensable tener que defender algo tan sagrado como la vida del ser humano, la familia como núcleo de la sociedad, la fe y hasta el patrimonio cultural, pero es lo que una sociedad consumida por el materialismo y lo efímero ha obligado a hacer.
Recuerdo al inicio de mis estudios como periodista que todos recalcaban la importancia de la defensa de la verdad. Escuché durante años que ser un buen periodista es ser la voz de quienes son oprimidos, de quienes no tienen una voz. Un buen periodista cuenta la historia de esa persona que no puede hacerlo para evidenciar la injusticia y la maldad y así, cambiar y salvar vidas. Era algo que en el contexto socieconómico en el que vive la mayoría de guatemaltecos era y sigue siendo necesario e imperativo.
Aunque muchos lo saben por su fe, llevar esa misión de enseñar la verdad a un campo profesional era para lo que mis compañeros de clase y yo nos preparábamos. Al salir al campo de batalla, un periodista se enfrenta con la dura realidad de que muchos colegas, grandes profesionales y personas de gran corazón, parecen haber olvidado su misión, el motor de su misma profesión: la defensa y protección de la verdad.
Atacar la verdad puede ser una cuestión personal, una convicción malvada o puede ser un compromiso que se hace a cambio de dinero, una especie de transacción en donde, por necesidad económica o ambición, el periodista está dispuesto a modificar la forma en que habla, a engañar a sus lectores y a promover todo menos la verdad.
Estos motivos, si no es que todos juntos, son los que han hecho que ahora muchos “medios de comunicación” alcen la bandera de la independencia de información, de la “defensa de la dignidad de los pueblos”, de la “defensa de los tergiversados Derechos Humanos”, de la “defensa de las minorías oprimidas y la intolerancia”, entre otras frases inventadas. Y hablo en comillas porque detrás de estas frases tan populares se esconde un objetivo macabro, utilitarista y hasta sangriento.
Sí, existe la desigualdad, la pobreza extrema, el hambre y la sed, existe la violencia. La mayoría de guatemaltecos no tiene acceso a servicios básicos de salud y educación, el desempleo crece cada vez más y existen realidades terribles como el abuso sexual, las redes de tráfico de personas y cosas que cuesta imaginarse. Negar esta realidad es un extremo tan peligroso como que un periodista utilice el sufrimiento ajeno para un fin perverso que responde a una agenda antiderechos que el financista de un medio de comunicación desea avanzar.
No, no existe la objetividad en el periodismo porque los periodistas son personas y tienen sus convicciones y visiones de una problemática. Y cada vez este sesgo, natural y saludable de la profesión, se convierte en un peligro cuando leemos quién está detrás de una nota periodística, quién financia estos falsos medios de comunicación (desinformación) “tan modernos y progresistas”. Aparecen los mismos nombres de siempre, esos que te hacen reír y decir: “¡Cómo crees esas conspiraciones!”: International Planned Parenthood Foundation (IPPF, la multinacional que ha asesinado a más de 25 millones de personas no nacidas en lo que va del 2020), organizaciones feministas de la Organización de las Naciones Unidas, embajadas europeas (sí, esas de países de “primer mundo”), Bill y Melinda Gates Foundation (que te da cátedras de población y vacunas, ¿no hacían computadoras?), entre otros.
Dime quién te paga y te diré que escribes, porque el que paga los mariachis pide las canciones. El que financia el medio en el que un periodista trabaja es quien le dice qué escribir, cómo hacerlo y con qué objetivo. Así de fácil, miles de periodistas en el mundo se han vendido como esclavos a un patrono que los amarra con jugosos salarios y falsas promesas de éxito en el campo periodístico.
Así de fácil, miles de periodistas en todo el mundo han sacrificado la verdad a cambio de unos billetes más o fama. Nada trascendental, porque “¿quién sigue creyendo en algo trascendente? ¡Eso es para los medievales!”, dirían.
Resulta decepcionante cómo quienes tienen esa gran misión de informar a quien no conoce y formar su opinión ahora hasta hayan decidido que una letra “o” oprime a cierto segmento de la población, que una persona en el vientre materno es un tumor que hay que extraer, que Dios es una idea venida de las cavernas. Han sacrificado el lenguaje, la vida y hasta la religión que les dio la dignidad humana y fundó la sociedad “patriarcal” en la que viven. ¿Qué más están dispuestos a sacrificar con un solo artículo, un solo video o columna de opinión?
“Una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en una verdad”, decía Joseph Göbbels, titular del Ministerio del Tercer Reich para la propaganda. Tal parece que los pseudo periodistas obedecen a este principio. Aterrador y lo es más cuando los vemos doblegarse totalmente ante sus líderes, nublando su vista y sin intención de plantarse en su contra.
Afortunadamente, este siglo “tan moderno y progresista” también ha levantado del silencio y del sueño a muchos periodistas que no están dispuestos a sacrificar la verdad ni sus ideales por unas monedas o por quedar bien con el discurso imperante de las mayorías. Ellos, a quienes Twitter y Facebook censura y quienes no aparecen en las principales páginas de los periódicos, son quienes merecen ser escuchados y leídos.
Hoy más que nunca, el lector y consumidor de información en redes sociales deben tener más abiertos los ojos y leer las letras pequeñas al borde del documento; preguntarse: ¿quién financia este medio? ¿Qué es lo que ese financista quiere que yo crea? Con estas dos preguntas podremos diferenciar la verdadera información de la propaganda, la verdad de la mentira.
«Llegará el día en que será preciso desenvainar una espada para afirmar que el pasto es verde”, decía el gran periodista inglés G. K. Chesterton. ¡Qué sería del periodismo si más personas lo imitaran! Pues ese día llegó para todos, pero especialmente para el buen periodista, ese que por quien no puede hacerlo para evidenciar la injusticia y la maldad y así, cambiar su realidad. El día llegó para el comunicador que con el mundo entero en su contra, entre las balas de una cultura antivida, antifamilia y anticristiana, no tiene miedo a pararse firme y nadar contra la corriente en defensa y propagación de la verdad.
Aunque le tiemble la voz, aunque le tiemble la pluma, aunque le gane el sentimiento, ese deseo trascendental de ayudar al prójimo, de bondad y de belleza le hará el más grande de todos.